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martes, 18 de agosto de 2015

Gracias por salvarme.

Hoy, después de mucho tiempo, mis dedos rompen su silencio.
Vienen relajados y fuertes. Torpes, como los primeros pedaleos después de años sin montar en bicicleta.

"Me senté con la mirada fija en una de las gotas de la pared. No buscaba formas imposibles en el gotelé como de costumbre. Sólo quería apoyar la mirada en cualquier sitio que me dejara pensar en mí. En cómo ha cambiado mi vida.
Escuché ecos fortísimos que me estampaban en paredes de roca como un tsunami de miedos. Cada vez más dentro de la cueva, tropezando a cada paso con piedras talladas con la palabra ANSIEDAD.
Poco oxígeno. Irrealidad. Necesidad de huír. La frustración de lo que es sentir que te acomodas a pesar del frío del colchón hecho de suelo, la dureza de la almohada de granito. "Podría ser peor", piensas.
Sin linternas. Sólo pequeñas cerillas que te dan algo de esperanza para acabar apagándose trayendo la oscuridad de nuevo.

Y entonces te sientas de nuevo, y vuelves a pensar en ti y en la idea de poner atención a los ecos sin dejar que te arrastren.

Y los oyes escuchas.

"¿No crées que ya es hora de demostrar lo fuerte que eres? Sé consciente de una vez de que es una realidad."
Ecos que me empujaban, ahora llenando los pulmones con plenituz.

Eco tras eco
y tu voz salvándome al final de la trampa."









Me haces volar, como cuando das los primeros pedaleos al montar en bicicleta.

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