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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Desayuno con un diamante.

Despierto con el sonido de su respiración. Tiene los ojos cerrados, pero sé que me mira a través de los párpados que besé hasta que cayeron rendidos hace no muchas horas. Entra poca luz. Suficiente para ver cómo el contorno de su cuerpo se dibuja en la pared y retrata a la perfección cada leve movimiento.


Inspira.
Expira.
Me inspira.


Me quedo quieta mirando el monótono movimiento de su sombra y pierdo la noción del tiempo por no sé cuánto rato. Como cuando el tic tac del reloj se mete dentro de ti y de repente suena con más fuerza que cualquier otro sonido cercano. Eso me pasa con él: se mete dentro de mí y lo cercano se queda lejos.



Inspira.
Expira.
Despierta.


Increíble es cómo sonríe antes de separar las pestañas. No ha dejado de coger mi mano en toda la noche, y sin hacerlo, me cuenta con la primera voz del día, un poco ronca y adormilada, que hemos estado sentados en la luna durante horas. Me asombra la dulzura de su cara recién despierto. Su sonrisa tiene otra forma, un leve detalle que la hace diferente a las que me regala en cualquier otro momento. Es difícil reconocer algo que nunca has visto, pero creo que en su sonrisa, suavemente distinta a la que me tiene acostumbrada, he podido ver felicidad. Y claro, claro que he visto a gente feliz, pero nunca había visto felicidad por ser yo lo primero que se ha encontrado al abrir los ojos en la mañana más perfecta de mi vida.

Buenos Perfectos días, dormilón.


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Pompas